sábado, 24 de marzo de 2012

Homenaje: JOE, EL RECUERDO QUE SIEMPRE VIVE "AGUITA ME SALEN DE LOS OJOS"

Busto de Joe Medina Astudillo
Por: Walter Quesquén Terrones

Era el 11 de Marzo de 1986, y yo me encontraba gozando de un sueño profundo. Tan profundo, como lo puede permitir el haber estado trabajando hasta la madrugada, en tantas cosas que se trabaja cuando estas al frente de una institución como es la Municipalidad Provincial de Chepén.
 Once de Marzo, aciago día.

 ¡Día maldito!, como malditos son los días en los que pierdes a un padre, a una madre… a un ser tan querido. ¡Maldito día! como lo fue y lo sigue siendo ese once de Marzo maldito, en el que la muerte cadavérica y salvaje rondó las cercanías de los Olimpos del Dios Creador.

Ese Once de Marzo, era “un día en el que Dios estuvo enfermo, grave.”

 De pronto, mi padre, ese místico, terco y desenfadado dirigente del Partido del Pueblo que parecía no dormir pensando en el APRA, entró como loco a mi dormitorio, me zarandeó desesperadamente y llorando a lágrima viva, me dijo con voz entrecortada:

 -¡Walter, Joe ha muerto!
Amodorrado aun, me puse un atuendo a ciegas y trastabillando salí de mi casa, pensando en mil cosas. Solo imaginar la posibilidad de ver muerto a alguien tan saludable, era de por sí una osadía, una tontería… una desfachatez. Llegué al Hospital y sin respetar protocolos y cosas por el estilo, entré abruptamente hasta la morgue, y, allí estaba él, como diría Miguel Angelats Quiroz:
“…con sus ojos fijos: su cara mirando al infinito”

 Estaba como muerto, “digo, es un decir”, diría Vallejo. Tal vez sólo dormía. Por que, afirmaba Garrido Malaver, que “los grandes no mueren, sólo apagan sus luces, para iluminarnos después con el poder que sólo confiere la eternidad, cuando se tiene derecho a ella”.

 A su costado, se encontraba absorto, mudo, estupefacto, mirando sin mirar: Salvador Cúneo Morales, su entrañable amigo y compañero; protagonista de mil correrías junto a él. Estaba a su lado su “Cóndor viejo” de toda la vida con un rictus de dolor en la cara: queriendo llorar, sin poder llorar. Queriéndo gritar, sin poder gritar. Ahora, impotente de no poder defenderlo del último agresor de su vida: la muerte …¡Maldita hija de…!

Salvador, sólo lo miraba y buscaba desesperadamente una explicación…Pero, pedirle explicaciones a la muerte ¿Se puede acaso? ¿Es que acaso está permitido reclamarle a Dios, como le reclamó el Cristo Redentor en su momento de dolor?:
¡Señor! ¡Señor! ¿Por qué me has abandonado?

Eran las 8 de la mañana, cuando crucé la Plaza de Armas: la ciudad entera estaba callada. Chepén, guardaba un silencio sepulcral, es que su hijo predilecto, el que lo despertaba por las mañanas, el que lo alegraba día a día con sus comentarios picantes, había comenzado su aletear   pausado, moderado y, lentamente con sus alas cristalina, su ascensión al cielo en búsqueda del que todo lo puede, del que todo lo sabe, del que está en todas partes.

 Joe Medina Astudillo, era un hombre relativamente joven, apenas surcaba los 38 años de vida. Periodista, político y dirigente del Partido Aprista Peruano, había sido regidor distrital, y estaba predestinado a ser el Primer Alcalde Provincial de Chepén, pero por esas cosas de la vida, que sólo le están reservadas para los grandes, en una noche de 1985 y con lágrimas en los ojos, Joe renunció a tan elevada función “Por que no quiero ser protagonista de la división de mi Partido”, dijo
“Son testigos 
 los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…”

Las campanas comenzaron con un tañido lento, pero constante. Lastimero, creo yo. Lloraban también, como Orfeo en la búsqueda de Eurídice. Como Proserpina, después de escuchar los arpegios musicales que Orfeo tañía en su casi imposible afán de rescatar a su amada de las profundidades del inframundo. Imposible, para ti hombre humano, o para mí, simple instrumento mortal, pero no para este dechado de virtudes musicales, y que el mito griego se ha encargado de endiosar. Las campanas ante tanto amor, ante tanto dolor lloran, también en silencio, impotentes de no poder hacer ni decir nada más que su tañido.
¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!

Las oficinas de la Municipalidad estaban paralizadas. Nadie trabajaba. Todo era silencio. Todos lloraban. Y si querías ser fuerte, demostrar valor, o tal vez, demostrar que la muerte no te amedrentaba, sólo tenías que ver esos ojos llorosos con esos rostros desesperados, y gruesas lágrimas comenzaban a surcar las tuyas.

No quería llorar, ¡Que va!, pero, hasta el hombre más duro se quiebra cuando sientes los pesares de la muerte. Mi hijo Carlos, aun niño, alguna vez lloraba por que creía que lo iba a castigar, por una travesura que había cometido, yo le pedía que no lo hiciera, y él me respondió sin poder contener su llanto:
“Yo no quiero llorar papi, pero aguita me salen de los ojos”.

El Alcalde, señores, tenía que guardar compostura por que es la “autoridad”, y por que es hombre y me enseñaron los viejos que los hombres no lloran, aun ante la adversidad:
 ¡Tienes que ser hombre macho!, me dijeron cuando niño. Yo quería ser bien hombre y bien macho en esas circunstancias, …pero les juro que “agúita salían de mis ojos".

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